¿De qué otra cosa podríamos hablar? La memoria de los cuerpos: la tortura como dispositivo de subjetivación política en Colombia (1970-2000)

Project: Research

Project Details

Contexto y referente artístico

El cuerpo como espacio de poder y subjetivación:
Para Michel Foucault (1999), el cuerpo es un espacio específico donde se vive y se transmite el poder. Desde esta perspectiva, la corporalidad no solo es un objeto de disciplina, sino también un terreno de resistencia. Este enfoque es particularmente relevante en el análisis de la tortura como una práctica de violencia extrema, definida por Nahoum-Grappe (2002) como una crueldad que va más allá de la lógica de la guerra, apuntando a destruir el ser subjetivo de la persona. La tortura, entonces, es entendida como un dispositivo de control que busca moldear no solo el cuerpo, sino también la subjetividad del individuo, haciéndolo productor del miedo y del terror (Coral-Díaz, 2010).

Desde una perspectiva fenomenológica, el cuerpo es considerado no solo como un objeto físico, sino como el centro de la experiencia vivida. Le Breton (2002) afirma que el cuerpo es un analizador clave para entender la experiencia humana, y aunque puede ser visto como un instrumento, es más importante su dimensión simbólica en las relaciones sociales. Aquí, los actores sociales establecen códigos comunicativos que determinan significados a los gestos y movimientos corporales, y estos significados están profundamente arraigados en normas colectivas implícitas. Guzmán (2007) complementa esta visión retomando la fenomenología sartreana de la corporeidad, “que comprende el cuerpo en tres dimensiones: el ser-para-sí (el cuerpo vivido), el cuerpo-para-otro (el cuerpo percibido) y el cuerpo-para-sí conocido por el otro (el cuerpo interpretado)”.

El cuerpo también es un espacio de lucha por la imposición de significados y de resistencia ante las imposiciones normativas. Según Cabra y Escobar (2013, p.36), “el cuerpo encarna la experiencia vivida y las dimensiones física y simbólica de la configuración de los sujetos”. En el contexto de la tortura, el cuerpo se convierte en el espacio de instigación y sometimiento cuando se considera desviado o como una amenaza a las normas y valores socialmente aceptados. Butler (2002, p.28), por su parte, sugiere que el cuerpo no debe contemplarse como un lugar o superficie fija, sino como un “proceso de materialización que se estabiliza a través del tiempo para producir el efecto de frontera, de permanencia y de superficie que llamamos materia”.

Los cuerpos son regulados tanto de manera individual a través del biopoder, como de manera colectiva mediante la biopolítica, respondiendo a las necesidades regulatorias de la sociedad. En contextos de violencia extrema, como la tortura, estas dinámicas de control se intensifican, utilizando el cuerpo como un medio para enviar mensajes de poder y control social. Esto se enlaza con el pensamiento de Butler (2007), quien considera que los cuerpos, en sus diversas formas de actuación, desafían y transgreden las subjetividades y corporalidades de los otros, poniendo en cuestión sus formas de pensar y habitar el mundo.

El testimonio del cuerpo torturado no es solo una narración de sufrimiento, sino una forma de acción política y de resistencia. Goncalvez (2017) señala que, en el activismo político, el cuerpo anuncia, enuncia y comunica desde sus experiencias de rebeldía y resistencia, desafiando narrativas hegemónicas de poder. El acto de testificar y de narrar el sufrimiento es, como sostiene Díaz-Álvarez (2021), una acción performativa que tiene una potencia emancipadora y un valor heurístico, ya que hace visibles las historias silenciadas y las memorias borradas por el discurso oficial.

El cuerpo, además de su materialidad natural, es un cuerpo "social" que incorpora significaciones históricas relacionadas con la raza, el género y la clase, construidas en forma binaria (hombre/mujer, blanco/no blanco, burgués/proletario). En este sentido, los dispositivos de tortura también se aplican de manera diferenciada según estas categorías sociales, reflejando los mandatos tradicionales y las jerarquías de poder existentes. Esta intersección entre las categorías sociales y las prácticas represivas resalta la importancia de considerar el cuerpo como un campo de elaboración discursiva y de resistencia, donde las luchas de poder se expresan y se inscriben.

Testimonio como acción política y memoria viva:
El testimonio se entiende como una herramienta fundamental para la reconstrucción de la memoria crítica y la resistencia política en contextos de violencia y represión. Quiero explorar el testimonio no solo como una narración de hechos, sino como una acción política y un acto performativo que tiene la capacidad de subvertir las narrativas oficiales y de reconstituir las subjetividades políticas de los supervivientes. El testimonio, entendido como un acto político, trasciende la mera narración de eventos pasados para convertirse en una forma de resistencia y denuncia de la violencia estructural. Según Díaz-Álvarez (2021, p.16), el poder del testimonio no radica únicamente en el sujeto que testifica, sino en la palabra misma: una palabra que “aparece, apabulla, recuerda y persiste”. Esta afirmación resalta la idea de que el acto de testificar tiene una potencia emancipadora, ya que confronta directamente las estructuras de poder que buscan silenciar o borrar las memorias de los oprimidos. En este sentido, es un acto performativo que no solo enuncia una verdad, sino que también desafía y moviliza a quienes lo escuchan a reconocer y resistir las injusticias que han sido cometidas.
El testimonio se constituye como memoria viva en la medida en que los supervivientes no solo narran sus experiencias traumáticas, sino que también reconstruyen su identidad y subjetividad a través del acto de narrar. Agamben (2013, p.15) define al testigo que testimonia como “un superviviente que puede reconstruir un hecho extraordinario desde su subjetividad radical”, lo cual implica que el testimonio es un proceso de resignificación personal y colectiva. A través de la palabra, los supervivientes no solo dan cuenta de lo vivido, sino que también participan en la creación de una memoria colectiva que desafía las narrativas oficiales y que busca dar sentido a las experiencias de dolor y resistencia.

El acto de testificar no es un proceso neutral, sino que está condicionado por el lenguaje y las imágenes que se utilizan para transmitir las experiencias vividas. En tiempos de violencia extrema, el lenguaje del testimonio puede servir para convocar y situar a la sociedad a mirar de frente el horror. Aquí, la elección de palabras e imágenes no es arbitraria, sino que tiene el potencial de insubordinarse y de revelar lo que ha sido borrado o silenciado por el discurso oficial. Esta capacidad del testimonio para desocultar verdades escondidas es clave en la construcción de una memoria que contrarreste la normalización de la violencia y la invisibilización de las vidas violentadas (Díaz-Alvárez, 2021).

Como ya lo he mencionado antes, este acto no es solo una narración individual; es una experiencia significativa que siempre se da a otro. Su eficacia y supervivencia dependen de que esa historia concreta resuene y afecte a quien la escucha; es decir: se transmita. En este sentido, el testimonio es una relación dialógica que implica tanto al narrador como al receptor, y donde la potencia emancipadora del testimonio reside en su capacidad para generar empatía, reflexión crítica y acción política. El testimonio, al ser un acto performativo, tiene la habilidad de transformar la percepción del receptor, al invitarlo a confrontar las realidades del sufrimiento humano y la injusticia social.

Vuelvo a Díaz Álvarez (2021, p.22): “Valorar cada cuerpo y cada historia a través del testimonio no es un acto de piedad o compasión, sino de imaginación política”. En este sentido, el testimonio puede ser visto como una acción creativa que tiene el poder de reimaginar el pasado, el presente y el futuro. En el contexto de las políticas neoliberales que deshumanizan y descartan vidas, el testimonio emerge como una herramienta de resistencia que permite visibilizar y reivindicar, abriendo espacio para nuevas narrativas y posibilidades de justicia y reparación.

General Objective

Analizar cómo las experiencias de tortura, sufridas entre los años 1970 y 2000, configuran las subjetividades políticas y las memorias críticas de 4 personas en 4 ciudades de Colombia, entendiendo al cuerpo como un espacio de resistencia y transformación.
StatusActive
Effective start/end date1/02/251/01/29

UN Sustainable Development Goals

In 2015, UN member states agreed to 17 global Sustainable Development Goals (SDGs) to end poverty, protect the planet and ensure prosperity for all. This project contributes towards the following SDG(s):

  • SDG 16 - Peace, Justice and Strong Institutions

Enfoques Temáticos Institucionales

  • Desarrollo humano con equidad

Research Areas UNAB

  • Prácticas discursivas
  • Ciudadanías, Subjetividades y Cultura de Paz

Status

  • In progress